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Pedro y el Capitán

  • Dani Domínguez
  • 16 ene 2017
  • 2 Min. de lectura

“Pedro y el Capitán” (Compañía El Hangar) es una obra que te va matando lentamente para dejarte vivir al final. La sala de Los Teatros Luchana te permite entrar en la escena desde el primer momento. Pisar tarima, sentirte dentro de la obra. Incluso llegas a pensar que eres un intruso en la intimidad de la habitación. Una habitación mínima para una gran obra. Argentina y dictadura.

Benedetti te saluda desde el principio y te abraza de vez en cuando. A veces te abraza tan fuerte que te hace perder la respiración, sentir la presión en el pecho del propio Pedro, el toruturado. Sin embargo, cuando el autor pierde fuerza, la ganan los actores para provocarte infartos sin necesidad de sobresaltos. Una representación que no necesita picos para alcanzar la altura.

La actuación de José Emilio Vera (el Capitán) es sencillamente inmejorable. Sus aires de mafioso y su descomposición progresiva le confieren un aura en ocasiones agradable. Él es el “bueno”. Y quizá peca de eso: en ocasiones llega a ser tratable. El monólogo inicial es impecable. Por su parte, Antonio Aguilar (Pedro), comienza siendo eclipsado por el soberbio monólogo de Vera. Sin embargo, solo necesita desprenderse de la capucha para comenzar a florecer. Cambios de registros desconcertantes que se acaban convierto en armónicos para el público.

¿Qué haría yo en esa situación? Probablemente esa sea la pregunta que rondaba las mentes de los asistentes. ¿Hablaría? Seguro que sí. Nadie es tan fuerte como Pedro. Y probablemente nadie sea tan cobarde como el Capitán. Nuestro sistema de valores se tambalea en esa hora y cuarto. La traición frente a la propia muerte por la defensa de unos principios. “Prefiero morir como un vivo, que vivir como un muerto”. Y perder los principios sería vivir como un muerto.

Todo lo que rodea a la obra es mínimo. No necesita de más. Sobran papeles y carpetas incluso. Los efectos de luces son los necesarios. Desconcertantes y, en ocasiones, inesperados. La adaptación de Blanca Vega y Tomás Sznaiderman es excelente. Los cimientos puestos por Benedetti tienen gran parte de culpa, pero ante una obra de tal magnitud, defraudar podría ser fácil. Ellos no lo hacen, no defraudan.

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